Consulta de Psicología Carmen Lidia García Huerta

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Sucesos traumáticos 

Hay ocasiones en que el transcurso habitual de nuestra vida se ve bruscamente interrumpido por sucesos en los que peligra nuestra seguridad o la de nuestros seres queridos, o bien supone una pérdida desoladora que supera nuestra capacidad normal de afrontamiento.

Sucesos traumáticos

“Desde el accidente no soy el mismo... siento como si una parte de mí se hubiera quedado en aquel coche”

“No puedo dormir por las noches y, cuando finalmente lo consigo, al poco tiempo me despierto sobresaltada por las pesadillas”

“Me siento alejado de la gente, creo que no me comprenden... me dicen que tengo que pasar página pero no sé cómo hacerlo”

“Antes me comía el mundo, pero ahora me da miedo comenzar cualquier proyecto, llevar a cabo cualquier idea”

“Estoy en tensión constante, si suena un ruido inesperado noto cómo todo mi cuerpo salta como un resorte”

 “A veces me parece que no hago más que revivir aquel día una y otra vez...”

 

Como veremos a continuación, un acontecimiento traumático nos afecta debido a determinados aspectos que son comunes a todas las situaciones de este tipo:

- Ocurre de forma inesperada.

- Supone un peligro o daño físico o psicológico para nuestra persona o nuestros seres queridos, o bien somos testigos de que alguien sufre ese peligro o daño.

- Supera nuestra capacidad de respuesta, nos desborda, lo que genera un miedo intenso u horror.

    

Por otra parte, algunos factores pueden incrementar el daño psicológico que el suceso nos causa, haciendo todavía más demoledoras estas experiencias y, por tanto, más difíciles de elaborar y superar. Entre otros, podemos encontrar los siguientes: 

- Que el daño haya sido causado por una negligencia o por una intencionalidad humana (accidentes de tráfico, actos terroristas, violaciones, guerras...), especialmente si los episodios han ido acompañados de crueldad y ensañamiento.

Por otro lado, el suceso también nos afectará más si nuestras acciones o decisiones lo han determinado de alguna manera (por ejemplo, tener un accidente por conducir ebrio/a y que sufra lesiones nuestra pareja, quien nos acompañaba en el coche).

- Que involucre la muerte de personas, debido al carácter absoluto e irreparable de la misma. En este sentido, especialmente traumáticos resultan los suicidios de familiares o amistades, debido al cuestionamiento propio, las emociones en conflicto y el sentimiento de culpa.

- Que se haya producido una acumulación de hechos traumáticos, próximos o continuados en el tiempo (como las agresiones físicas o psicológicas sufridas por una víctima de violencia de género).

- Que las consecuencias del suceso sean globales, más que localizadas (por ejemplo, un terremoto que ha afectado a todo un pueblo, frente al incendio de una casa).

      

Cualquiera de estas vivencias provoca en todos los seres humanos respuestas de estrés adaptativo. Es decir, nuestro organismo y nuestra mente ponen en marcha recursos de afrontamiento para poder “digerir” lo sucedido y reponernos de ello. Dependiendo de las características de lo sucedido, de determinadas variables personales y de factores como el apoyo social de que dispongamos, desarrollaremos finalmente un trastorno psicológico o no.

Los síntomas que nos advertirán si, más allá del primer mes tras el suceso, estamos entrando en un Trastorno por estrés postraumático, giran en torno a cuatro áreas básicas (no siendo necesario que aparezcan todos estos síntomas para que el trastorno esté presente):

   

Intrusión 

- Tenemos recuerdos angustiosos recurrentes, involuntarios y que escapan a nuestro control, del suceso traumático.

- Sufrimos pesadillas recurrentes relacionadas de alguna manera con los hechos.

- Se producen momentos en que nos sentimos o actuamos como si estuviera sucediendo de nuevo el episodio. Estos momentos pueden tomar forma de escenas retrospectivas (flashbacks), o incluso podemos experimentar, durante los mismos, una pérdida completa de conciencia de nuestro entorno.

- Sentimos malestar psicológico intenso o prolongado, así como reacciones fisiológicas intensas, al exponernos a conversaciones, pensamientos, objetos o cualquier otro elemento, externo o interno, que nos recuerde de alguna manera el evento traumático.

     

Evitación 

- Evitamos, o hacemos esfuerzos para evitar, recuerdos, pensamientos o sentimientos angustiosos acerca de los sucesos traumáticos.

- Evitamos, o hacemos esfuerzos para evitar, recordatorios externos (personas, lugares, conversaciones, actividades, objetos, situaciones) que despiertan recuerdos, pensamientos o sentimientos angustiosos relacionados con los hechos.

 

Alteraciones negativas del pensamiento y del estado de ánimo 

- Nos sentimos incapaces de recordar un aspecto importante de los sucesos, sin que puedan explicarlo otros factores como una lesión cerebral o el consumo de drogas.

- Tenemos creencias o expectativas negativas continuas y exageradas sobre nosotros/as mismos/as, los demás o el mundo (por ejemplo: “estoy mal”, “no puedo confiar en nadie” o “el mundo es peligroso”).

- Percibimos de manera distorsionada y persistente la causa o las consecuencias de los sucesos traumáticos, lo que puede ocasionar que nos culpemos sin motivo, o bien que acusemos a otras personas aunque no sean responsables.

- Nos encontramos continuamente en un estado emocional negativo (por ejemplo, miedo, terror, enfado, culpa o vergüenza) que en ocasiones puede derivar en un estado depresivo.

- Hemos perdido de manera importante el interés o la participación en actividades significativas (como proyectos laborales, actividades de ocio, hobbies...).

- Nos sentimos distanciados, desapegados de los demás.

- Nos vemos incapaces de experimentar emociones positivas (por ejemplo, felicidad, satisfacción o sentimientos amorosos).

 

Hiperactivación y estado de alerta 

- Estamos irritables y podemos mostrar arrebatos de furia (ante poca o ninguna provocación) con agresiones verbales e incluso físicas a personas u objetos.

- Nos comportamos de manera imprudente o autodestructiva (por ejemplo, mediante conducción temeraria, consumo de drogas, juego compulsivo...).

- Nos encontramos hipervigilantes, como si temiéramos todo el tiempo un peligro inminente, o viéramos amenazas potenciales en cualquier lugar.

- Debido a ese estado de hipervigilancia, respondemos con un sobresalto exagerado ante estímulos inesperados.

- Sufrimos problemas para concentrarnos.

- Aparecen alteraciones del sueño (por ejemplo, dificultad para conciliar o mantener el sueño, o sueño inquieto).

 

Todos estos síntomas pueden resultar angustiosos, extraños, y desde luego interfieren con nuestra actividad diaria. Incluso puede que ni siquiera los relacionemos directamente con la experiencia traumática, y que nos estén llevando a un aislamiento cada vez mayor de nuestro entorno, y a la sensación de que nunca podremos recuperarnos.

Sin embargo, en la consulta de Psicología se trabaja en la asimilación de lo sucedido, desde un entorno de seguridad donde puede “recolocarse el puzzle” del suceso traumático. De esta manera van desapareciendo los síntomas, que pierden su función de recordar continuamente lo que ocurrió, se integra la vivencia traumática en nuestra historia autobiográfica, y podemos proyectarnos nuevamente hacia los demás, el mundo que nos rodea y el futuro.