Consulta de Psicología Carmen Lidia García Huerta

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Depresión 

Un estado depresivo puede hacer que nos sintamos bloqueadas/os, que ya no disfrutemos con las cosas que antes nos gustaban, que “no nos reconozcamos". Esta sensación puede ser muy angustiosa, puesto que podemos llegar a pensar que nunca recuperaremos a la persona que éramos.

Depresión

“No sé qué me pasa, antes era el alma de la fiesta y ahora, mírame”

“Me siento culpable, debería disfrutar de mis hijos, jugar más con ellos, pero sólo quiero estar en la cama y que me dejen tranquila”

“Estoy perdida, desde hace un tiempo no sé qué hacer con mi vida”

“Mi mujer me resulta muy atractiva, pero no me apetece tener relaciones sexuales, estoy apático”

“Cada día me cuesta más levantarme y comenzar la jornada”

“Cualquier cosa me molesta y me enfado por todo pero, al minuto, estoy llorando”

       

Existen muchas caras de la depresión, pero sus síntomas principales son los siguientes:

  - Estado de ánimo abatido, triste.

- Tendencia a la inactividad, que muchas veces se traduce en un abandono progresivo de actividades de ocio e, incluso, de obligaciones y responsabilidades.

- Disminución de la capacidad para disfrutar y sentir placer.

- Deterioro de la capacidad para expresar emociones y afectos. Reducción del interés por los/as demás.

- Pensamientos negativos, pesimistas, acerca de uno/a mismo/a, del mundo y de las otras personas, y del futuro. En ocasiones pueden aparecer ideas sobre la muerte o el suicidio.

- Fuerte sentimiento de culpa y/o de fracaso.

- Indecisión, dificultades a la hora de tomar decisiones o de encontrar soluciones a los problemas.

- Llanto e irritabilidad.

- Aparición de cansancio o sensación de agotamiento, y de trastornos físicos de salud. También insomnio o, por el contrario, aumento de las horas de sueño, así como pérdida de apetito y/o de peso.

- Disminución del deseo sexual.


Una depresión puede tener diferentes orígenes: un acontecimiento traumático que no se ha resuelto adecuadamente (como perder a un ser querido de manera inesperada y trágica); una crisis vital que no ha sido posible elaborar (quedarse en paro, un divorcio, suspender una oposición...); una baja autoestima que hunde sus raíces en experiencias afectivas negativas; la presencia de unos esquemas de pensamiento demasiado rígidos y exigentes; modelos familiares inadecuados en el afrontamiento de conflictos, etc. O también es posible que se haya dado una combinación de varias causas que han acabado detonando la depresión.


Por otro lado, además de lo que originó la depresión, es importante explorar qué factores están manteniendo el estado depresivo en la actualidad. Entre otros, el círculo de la inercia o los pensamientos distorsionados pueden estar contribuyendo al enquistamiento de esta situación. A continuación pasamos a describir brevemente en qué consisten.

El círculo de la inercia hace referencia al círculo vicioso en el que podemos entrar cuando comenzamos a sentir los efectos iniciales de la depresión. El abatimiento, junto con el descenso del nivel de actividad que conlleva, provoca que reservemos nuestras energías únicamente para aquellas obligaciones que no podemos eludir (el trabajo, llevar a los niños al colegio, hacer la compra...), sacrificando las actividades que nos parecen “opcionales”, pero que al mismo tiempo son más gratificantes (quedar con amigas/os, disfrutar de ocio al aire libre, hacer planes con nuestra pareja...). Al eliminar estas actividades gratificantes, también se ven reducidas la motivación, el buen humor, el refuerzo social, y en general todas aquellas sensaciones positivas que nos producen, con lo que nuestro estado de ánimo caerá más aún, lo que a su vez reducirá nuestras energías para hacer cosas,... y así se genera una espiral cada vez más difícil de romper.

Por otro lado, los pensamientos distorsionados son pensamientos que no reflejan la realidad tal y como es, sino que presentan ideas erróneas y habitualmente negativas de nosotros/as mismos/as, de lo que nos sucede, de las demás personas.... Por diferentes motivos, han podido ir instalándose con el paso del tiempo en nuestra mente, hasta tal punto que funcionan como parásitos, se han automatizado, y ya nos resulta muy complicado distinguirlos de los pensamientos que sí se ajustan a la realidad. Los pensamientos distorsionados suelen tomar forma de filtros o sesgos, prejuicios, fuertes críticas o autocríticas, exageraciones y generalizaciones, pensamiento polarizado (todo o nada), etc., y pueden ocasionar que una persona con depresión se sienta aplastada por la desesperanza, al creer que no puede hacer nada por cambiar su situación, pues su visión distorsionada de la realidad le impide ver las soluciones a su alcance.


Todo lo que hemos visto aquí nos indica que no hay una depresión igual a otra, como no hay una persona igual a otra. En la terapia psicológica será necesario profundizar y resolver tanto el origen del estado depresivo, como eliminar los factores que actualmente están manteniendo el problema, de manera que logremos la intervención más eficaz y duradera.